Viñeta publicada en www.portaldeandalucia.org
Una décima de segundo antes de que el pie del central de Mali golpeara el balón del penalti que, si marcaba, les daría el triunfo frente a Francia en la final del mundial de Qatar de 2022… las televisiones se apagaron, las radios enmudecieron, y los móviles, tablets y ordenadores se quedaron sin datos.
Cinco segundos después, cuando ya se desbordaba la alegría de unos aficionados sobre la frustración de otros en las gradas del estadio Lusail de Doha… un enorme esférico de reglamento de un diámetro casi mayor que el terreno de juego y a una velocidad de 30 km por segundo, impactó en la escuadra de la misma portería.
No sobrevivió nadie en 60 km a la redonda. Y las consecuencias ambientales, biológicas y sociales, de tamaño meteorito, terminarían padeciéndose a nivel mundial. El calentamiento global, que ya sufríamos, se disparó; las catástrofes naturales fueron la norma desde aquel instante; la subsistencia cotidiana de las pequeñas comunidades se convirtió en el principal sentido de la vida. El apoyo mutuo sería la única base de la supervivencia.
El antropoceno terminó con un colapso que, finalmente, no parecería civilizatorio. Salimos adelante y aprendimos a vivir sin saber si un equipo africano ganó la última copa del mundo.
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